Banio_portal
Resulta ser que mi baño es un portal hacia otra dimensión. Me lo ha dicho el Oñoñó que ahora vive en casa. O al menos pasa mucho tiempo allí.
Mi baño es un baño normal, tiene todo lo que tendría un baño normal: Una ducha enclaustrada por acrílico transparente en la esquina, un lavabo lleno de productos de aseo personal, coronado por un espejo en el que me veo de los hombros hacia arriba. Encima de mi cabeza todavía veo mas cosas, en el reflejo.
Tiene un inodoro que ve hacia la puerta, y multiples ganchos de donde cuelgan minúsculas toallas de colores, perteneciente a los habitantes de casa.
No se como funciona, no se quien lo ha hecho o bajo la instrucción de que bruja, maga o hechicera mi baño tiene una conexión a otras dimensiones.
La cuestión radica en 2 factores: se necesita un código para activarlo y usarse, y una serie de objetos que están el el baño determinan el destino.
Según el oñoño, el único que se que puede activarlo, tiene que ver con los mosaicos del piso: hay un orden definido en el cual Se deben de pisar las losetas para poderlo activar. Lo segundo tiene que ver con los objetos en el baño.
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Para que uno pueda usar el portal necesita de dos cosas: un acción activadora y un código relacionado a los objetos que están en el baño. La acción activadora que mas he observado es cuando el oñoño se posa en un rincón especifico del baño, da un pequeño salto, pone su mano detrás, en su espalda, y hace una “V” con sus pequeños dejos. Es curioso, es como si reflejara la forma de sus orejas con sus dedos.
Todavía no descubro cual es la lógica detrás de esto, pero veo que cambian de orden los colores de las toallas colgadas en la puerta, el orden de los cepillos de dientes y su orientación. No es el mismo destino si mi shampoo es de frutas o es de flores. También he visto que las llaves de agua fría y caliente suelen invertir su orden, lo cual hace que las duchas sean un poco difíciles si estas madrugando y tu cerebro todavía no se adapta al cuerpo.
El baño tiene 3 entradas: la puerta principal conectada al pasillo, una puerta que esta directamente conectada a una de las habitaciones de mis compañeros, y una escotilla/prqueña ventana sobre el espejo, que parece que da al piso de un nivel superior.
Es esta ultima entrada por donde mas veo al oñoño infiltrarse cuando estoy usando el baño. Como da a lo que creo es el piso de otro nivel en el edificio, suelo dejarla medio cerrada cuando estoy duchándome, y la abro cuando he acabado para que salgan todos los vapores y aromas.
Pero aveces pasa que en mitad de la ducha, o cuando uno se sienta en el inodoro, que esta escotilla se abre de sopetón y lo primero que ves son las orejas del oñoño asomándose. Su cabeza pasa muy rápido, el resto del cuerpo le toma un momento mas para pasar.
“¿Qué onda Morra?” Me dice cuando me ve en el baño. No se exactamente de que región provenga, pero su nivel de jerga me impresiona.
El portal parece ser que trabaja en 2 direcciones: puede enviar y recibir. Una mañana, mientras terminaba de lavarme los dientes y abría el grifo de agua fría, senti un temblor proveniente de la gavetas colocadas debajo del lavabo.
El oñoñó, que estaba en el baño desde antes que yo entrara, sacudió las orejas y volteó hacia mi dirección. Dejó de darle vueltas al cepillo limpiador de inodoro que esta en la esquina y con un salto, se puso entre el espacio que dejaban mis piernas. Colocó una de sus patas en el pomo de la gaveta y sin esperar a que yo retrocediera, abrió la gaveta.
“¡Un intercambio exitoso!” Exclamó con una voz sumamente alegre, sus curiosos ojos cerrándose mientras hacia esfuerzo por sacar el contenido de la gaveta.
Dentro, en lugar de los usuales rollos de papel higiénico, había una caja metálica del tamaño de una lonchera, con relieves hechos a mano. El Oñoñó me la extendió sin ceremonia.
“Pa’ ti, morra. Viene del Bañódromo 7 del Cluster Moho. Lo pediste sin saberlo, mientras pensabas que esta dimensión ya no te sorprendía. Con esto se te va a quitar.”
La abrí. Adentro encontré:
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Un espejo circular que no reflejaba mi rostro, sino el de una mujer con ojos plateados y una trenza larguísima flotando en el aire, como si estuviera sumergida.
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Unas pastillas turquesa con olor a eucalipto y a tristeza vieja.
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Un cepillo de dientes que vibraba y murmuraba poemas en un idioma que no entendí, pero que sentí en el estómago.
“¿Y esto para qué es?”, pregunté con la pasta de dientes aún en la boca.
El Oñoñó ya trepaba hacia la escotilla. Se detuvo, me miró por encima del hombro y dijo:
“Te toca descubrirlo. Pero te adelanto algo: la del espejo está esperando que le contestes.”
Y desapareció.
Desde entonces, el baño tiene una sensación distinta. Como si alguien estuviera escuchando incluso cuando no hay nadie. He empezado a notar que cuando me lavo las manos por más de treinta segundos, el espejo de arriba titila. Y si tarareo canciones mientras me enjuago el cabello, a veces me devuelven una armonía en contrapunto.
No he vuelto a ver al oñoñó desde ese día, pero su toalla sigue colgada. Es la más pequeña. Es negra con motas lilas, y siempre, siempre está húmeda.