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Carol

Sofía tenía una pierna en su cama.

No la suya. Tampoco de carne. Era una pierna postiza, vieja, sin origen claro. La había encontrado una noche, entre los contenedores de basura, envuelta en una bolsa negra, como si alguien hubiera querido esconderla… pero no demasiado. La levantó, y sin pensarlo dos veces, se la llevó a casa.

Le puso un nombre: Carol.

No sabía por qué, pero ese nombre le pareció inevitable. Tal vez fue por las medias que usó para cubrirle las grietas: unas viejas, marca Carol, de color vino y encaje grueso. Eran demasiado pequeñas para Sofía, pero nunca tuvo el corazón de tirarlas. A Carol, en cambio, le quedaban perfectas.

Dormía con ella. En su cama de dos plazas, con dos almohadas: una suya, otra de nadie… hasta que Carol reclamó su lugar. De noche, Sofía le cantaba bajito y le acariciaba la pantorrilla de plástico mientras se dormía. Carol, en cambio, no dormía nunca. Siempre permanecía en vigilia, como si velara algo que Sofía no alcanzaba a recordar.

Cuando Sofía volvía del trabajo, cansada y a veces llorando, Carol estaba allí. No hablaba, pero su silencio era mejor que muchas palabras. La recibía con una media nueva, a veces de encaje, otras de lana. A veces con dos. Eso confundía un poco a Sofía, pero prefería no hacer preguntas.

A veces la llevaba al salón. La sentaba en una silla mientras cocinaba, o le ponía un plato frente al sillón. El favorito de Carol eran los caracoles. A Sofía le hacía gracia: algo sin pies, cenando con una pierna.

Con el tiempo, Carol empezó a tener sus propias medias. Sofía se sorprendía encontrándolas en su cajón: pares que juraba no haber comprado. Algunas demasiado caras para su presupuesto. Algunas ya usadas. Algunas… sucias. Pero bonitas. Nunca preguntaba demasiado. Solo las lavaba, y se las ponía con cuidado a Carol.

Un día encontró una rodillera sobre la almohada. Una de esas ortopédicas, ajustables. Pensó que quizás era parte del cuerpo de Carol, que tal vez estaba volviendo. La colocó donde creía que encajaba, y no dijo nada. Por si acaso.

Nunca había dicho que Sofía tuviera dos piernas.

Y desde entonces, nadie la ha visto con falda.