Content Placeholder
Siempre he sentido una conexión especial con los colibríes. Son pequeñas, como yo, siempre se están moviendo, como yo, y son amantes de las flores… también como yo. Quizás por eso me resulta tan fácil verlos como pequeños amigos, como espejos de mi ser.
Creo que son aves poco comunes, o al menos poco comunes de ver en vidas apresuradas, pero siempre han encontrado la forma de cruzarse en mi camino, dejando su presencia marcada, sutil, pero indiscutible. En aquellos tiempos, les cogí cariño, porque sentí que, de alguna manera, compartíamos algo.
Ese periodo en mi vida, aunque borroso en mis recuerdos, fue ligero. No me anclaba a nada, no tenía apegos, y las cosas que hacía parecían perder su importancia. Vivía con la seguridad de que todo saldría bien, sin temor, como si me hubiese despojado de todo lo que podría dañar a los demás. Me sentía conectada con algo más grande, algo que, casi como ahora, apenas puedo describir con palabras.
Había aprendido que, al igual que muchas flores, mi espíritu también poseía una semilla destinada a germinar, florecer. Pensaba en la insignificancia de aquel sueño que estaba viviendo, una vida que ya no me parecía real, y me centraba en lo que estaba por venir: el presente. Lo único que importaba era estar ahí, vivir en lo que era.
Era un momento de redefinirlo todo. Y fue cuando sentí que mi vida había llegado a un hito, que todo estaba por encajar en su lugar, que empecé a notar que las visitas de los colibríes se volvían más frecuentes.
Ahora, tres años después, estoy en México. ¿Sabías que los colibríes solo existen en América?
En mis primeros días aquí, me sorprendí al ver decenas de ellos pasar por mi vista. No me fijaba mucho en los detalles de su apariencia, sino en el color de sus plumas, cómo el sol rebotaba sobre ellas, iridiscente, destellante. Los observaba volar, con su aleteo incesante, como si el tiempo no tuviera peso para ellos.
Sin embargo, aprendí, con discreta observación, que también pueden descansar. No siempre tienen que estar volando a toda velocidad, acelerados por la vida. A veces, simplemente se posan.
Vienen a este departamento, al balcón de mi hermano, a beber agua, a descansar un poco de la ciudad. No me lo esperaba, pero él, como muchos, ha creado un pequeño hábitat verde allí. Y me da una sensación de orgullo y satisfacción ver cómo estos pequeños seres encuentran paz en su espacio.
Lo he compartido contigo porque quiero que lo sepas. Es un orgullo secreto, un pequeño tesoro que he aprendido a apreciar. Y quizás me gustaría que tú te sorprendieras por mi aparente buena suerte. Te diría que, si pasas más tiempo conmigo, podrías verlo también… Después de todo, tengo una vibra de colibrí.