La Ciudad De Mis Suenios
En años recientes mis noches se han llenado con la misma visión: una ciudad de una larga costa, una ciudad de agua y piedra. En mis sueños, me encuentro vagando por sus calles estrechas, flanqueadas por altos edificios de piedra que se alzan hacia el cielo.
En el corazón de la ciudad, una plaza majestuosa alberga un edificio icónico: una escuela de aspecto imponente, con pasillos blancos que se extienden como laberintos y una biblioteca llena de libros que parecen hechos a medida para cautivar mi atención.
A pesar de la aparente tranquilidad de la plaza, las largas filas de personas en silencio, esperando su turno para ingresar a la escuela, crean una atmósfera cargada de anticipación y misterio. Pero aunque la entrada a esta institución parece reservada para unos pocos privilegiados, siento una familiaridad innata con sus pasillos y sus secretos.
Además de la escuela en la plaza, hay otro edificio icónico de esta la ciudad que veo en sueños.
Hay una torre. Frente al mar. Está torre es el lugar donde ocurren “los juegos”, una especie de ritual o juego extraño que consiste en adentrarse a la torre y sobrevivir encontrando una de las puertas de salida, que suelen verse rojas, oxidadas y llenas de extraños símbolos, y poniendo la clave numérica correcta. Una vez alguien ha llegado a una de las puertas, una cuenta regresiva es iniciada. Cualquier que no llegue a refugiarse detrás de una puerta de salida antes de que acabe el tiempo, pierde el juego.
Después de unas cuantas rondas, algo sucede, algo muy genial debe suceder para que tanta gente quiera jugar ese aparentemente sádico juego. Dentro de la torre, cada que inicia un juego, se activan y despiertan los múltiples guardianes, figuras rodeadas de armaduras con un aura lúgubre, que te hacen sentir cazado. Y de encontrarte lo harán. Son excelentes ejecutores y verdugos.
A lo largo de mis sueños, también presencio eventos perturbadores: aviones que se estrellan en llamas y flotas ominosas que se acercan desde el horizonte, trayendo consigo una sensación de peligro inminente. Observo el choque del avión desde diferentes perspectivas: desde afuera, como un espectador impotente, y desde adentro, sintiendo la tensión y el terror que preceden a la tragedia.
Y siempre, el cielo se presenta en diferentes tonos: a veces naranja como el fuego, otras veces gris y opresivo, sin nunca dejar ver al Sol.