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La Sombra En El Jardin

Entré al jardín y lo primero que quise hacer fue perderme en el laberinto. Entré con bastante confianza y quizás un poco de arrogancia, pues estaba segura de que salir de ahí no podía ser algo tan difícil.

El primer regreso a la entrada que di fue a causa de la pena, por no poder convivir con un grupo de personas en una intersección donde se encontraron nuestros senderos. Preferí doblar hacia otro lado en lugar de seguir en la misma dirección que el grupo, por no querer sentirme que sobraba en un grupo del que no era parte.

Así que me perdí de nuevo, en una parte más fría y más fresca del bosque geométrico.

Me armé de valor y regresé a donde sabía debí de haber continuado. Empecé a observar más a las personas que estaban dentro como yo, pues nuestro objetivo era el mismo y seguramente la ruta también era la misma.

Entré en un cuello de botella, y aunque me encontraba de nuevo en una situación de interactuar con gente o doblar, esta vez seguí adelante. Muda y con la mirada posada en ningun lugar en particular, participé en una solemne marcha familiar entre padres, hijos y hermanos hacia el corazón del laberinto.

Pero la familia se quedó atrás, porque hay que esperar a todos los miembros. Yo en cambio, iba sola.

Seguí adentrandome hasta que encontré nuevo camino, pensando que estaba avanzando hacia el centro y que quizás había un truco para poder avanzar fácilmente. Alguna especie de lógica escondida que había que seguir para resolver este acertijo.

Llegué a un pequeño descanso, donde se hallaba el dios del amor espectando a aquellos que han alcanzado ese punto. Frente a él habían 3 caminos y se podía vislumbrar del otro lado apenas lo suficiente de la recompensa como para saber hacia donde estaba.

Me senté a descansar junto con otras personas que se veían igual de perdidas que yo. Con la boca seca y el sol empezándose a alzar perpendicularmente a mi, probé todas los caminos que tenía delante de mi, y ninguno me llevó más cerca de la meta.

Encontré de nuevo a la familia, quienes se dieron cuenta de que todos habíamos perdido el rumbo. Más y más gente se empezaba a congregar en ese pequeño lugar, y aunque algunos se regresaban no escuchaba que nadie llegara al final.

Convencida de que hacia adelante el camino estaba bloqueado, aunque no lo vieras la salida seguramente estaba en un lugar que había pasado por alto. Había algo que no estaba viendo, o la manera de ver no era solo superficial.

Stickers en postes, nombres, números en postes, ojos pintados y flechas desdibujadas en rincones no vegetales me fueron dando otro sentido de dirección. Fue ahí cuando me di cuenta de que tal vez no estaba viendo con suficiente atención y que por pensar que no tenía que pensar, así era, no estaba poniendo suficiente empeño.

Al encontrar finalmente el último doblez antes de la fuente con hojas de lirio, la cara de la gente en el sendero cambiaba perfectamente. Seguí encontrando gente esperando a sus compañeros, algunos activamente regresando por ellos, y otros corriendo para llegar al final.

El sol se encontraba en su cénit ya. El brillo sobre la fuente centelleaba como una gema en proceso de derretirse, como si fueran de hielo y no de mineral. Quise zambullir la mano y volcar un poco de esa agua sobre mi cuello, pero seguí andando.

Bajé por un sendero vacío hasta una pequeña cascada, me senté en una piedra que hacía sentir fría la piel y me recosté aquí, donde el sol apenas se filtraba.

En la sombras, aprendiendo más de la sombra. Quizás para verla también hay que usar otro tipo de visión.