Uñas bonitas
Siempre que voy al centro comercial, veo un anuncio pegado en un poste de luz. Está ligeramente desfasado en altura respecto a los otros carteles, quedando justo en mi línea directa de visión. Creo que si no fuera por esto, lo pasaría por alto. No tiene colores, es poco más grande que la pantalla de un teléfono, no contiene ninguna imagen, solo letras y números.
El anuncio, además, me parece diferente a todos los demás, porque en lugar de anunciar algo directamente —"¡Compra este producto!"—, más bien plantea una pregunta.
En grandes letras negras exhibe: “¿Quieres uñas bonitas?”. Abajo, un código QR listo para ser escaneado. El papel sobre el cual está escrito, pegado al poste, siempre está blanco, impoluto, lo que me hace pensar que alguien debe reponerlo con cierta regularidad, para que destaque entre los viejos carteles ya curtidos por el sol y ennegrecidos por la mugre cotidiana.
Yo nunca me hago las uñas. No es que me moleste, es solo que no me interesa. Hace años que no tengo ni siquiera un frasco de esmalte en casa. Sin embargo, esa pregunta, esa simple interrogante, siempre me detiene. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial? ¿Por qué, de todas las cosas en el mundo, esa pregunta sigue acechándome?
Una tarde, la sensación de incomodidad se convierte en algo más. Algo me empuja a actuar. El cartel sigue allí, en su esquina olvidada, y siento un impulso incontrolable. Mi dedo se mueve por sí solo, abriendo la cámara del teléfono, apuntando y capturando. Apenas lo pienso, y el teléfono me muestra que ya he escrito: “Sí, quiero uñas bonitas” a un número desconocido por WhatsApp, junto con mi dirección.
Me llega otro mensaje al instante. No hay respuesta humana, solo una notificación automática, inofensiva, incluso cordial. Me felicitan por haber elegido la opción correcta y me aseguran que recibiré más información. Todo parece demasiado sencillo, hasta un poco extraño. Pero la ansiedad no me deja detenerme. Al contrario, me siento atrapada en un juego del que ya no puedo escapar.
Un paquete llega esa misma noche. Alguien ha tocado directamente la puerta, no el timbre. En el felpudo la veo: una pequeña caja café, con una hoja pegada, y en la hoja, la leyenda “UÑAS BONITAS” escrita en colores pastel. No hay nadie afuera, solo el paquete.
Lo recojo con manos temblorosas, mi respiración se acelera. Decido no llevarlo adentro, a casa. El paquete está pobremente encintado, así que le clavo las uñas a la cinta y la desgarro. Dentro, efectivamente, hay uñas. Uñas. Y no están solas. Están adheridas a pedazos de carne, aún frescos, aún húmedos, como si hubieran sido arrancados violentamente de alguien. No puedo dejar de mirar los bordes irregulares, la carne desgarrada. Mi estómago se revuelve.
De alguna manera, mi cuerpo toma la decisión de entrar a casa, junto con el paquete, y no desmayarme en el portal de la entrada.
Mi mente entra en un torbellino. Intento racionalizarlo. Es imposible. Esto no puede ser real. Pero lo es. ¿Cómo llegó esto a mí? ¿De quién son estas uñas? ¿Por qué?
Mi teléfono vibra. “Gracias por su suscripción a UÑAS BONITAS."
El teléfono cae de mis manos, y el eco del golpe sobre el suelo parece resonar por toda la casa. Mis piernas no responden, como si la gravedad fuera más pesada de lo normal. Quiero gritar, pero mi garganta está seca, mi voz atrapada en algún lugar de mi pecho.
En el silencio opresivo de mi sala, los latidos de mi corazón suenan como un tambor frenético. El paquete, con su contenido grotesco, sigue en mis manos, como un testigo mudo de lo que acaba de suceder. Lo dejo caer al suelo, sin saber si quiero alejarme de él o seguir mirándolo, como si con solo observarlo pudiera entender algo, cualquier cosa.
El teléfono vibra de nuevo. Esta vez no lo recojo. Lo dejo donde está, la pantalla hacia arriba, brillando como una amenaza. El mensaje que me llegó hace solo segundos ahora tiene compañía.
“Su primer envío ha sido recibido con éxito. Próximo envío: 48 horas. Gracias por preferir UÑAS BONITAS."
Un escalofrío recorre mi espalda. Mi mente busca una salida lógica, pero ninguna llega. Intento respirar hondo, pero el aire se siente denso, pesado. Pienso en llamar a alguien, a la policía, a algún amigo, pero… ¿qué les digo? ¿Que me llegó un paquete lleno de uñas humanas porque escaneé un QR extraño? Suena absurdo. Me suena absurdo incluso a mí.
Recuerdo el cartel en el poste. Esa pregunta tan simple, tan absurda. ¿Quieres uñas bonitas? Ahora suena como una burla, como si hubiera caído en una trampa que estaba frente a mis ojos desde el principio.
Me esfuerzo por moverme, mis manos temblorosas alcanzan el teléfono. Borro el chat. Bloqueo el número. Como si eso pudiera detener lo que sea que acabo de desencadenar. Pero en el fondo sé que no será tan sencillo.
El reloj avanza lento, como si las horas se arrastraran. Cada pequeño ruido de la casa me pone en alerta. Un crujido de madera, el sonido del viento contra las ventanas. Todos parecen pasos, golpes, señales de que algo está por suceder.
Cuando llega la noche, decido tirar el paquete. Lo meto en una bolsa, lo amarro con tanta fuerza que me duelen los dedos. Camino hasta el basurero más alejado de mi calle y lo dejo allí. Pero mientras me alejo, no puedo evitar mirar por encima del hombro, como si algo —o alguien— me estuviera siguiendo.
De vuelta en casa, intento dormir, pero mis pensamientos no me dejan. Los bordes desgarrados de la carne vuelven a mi mente, los siento en mis manos como si aún estuvieran allí. ¿De dónde salieron esas uñas? ¿Quién me las envió?
Las 48 horas pasan más rápido de lo que pensé. Esa segunda noche, el golpe en la puerta llega de nuevo. No es un timbre, no es un llamado. Es un golpe seco, discreto, como un recordatorio.
Esta vez, no abro la puerta de inmediato. Me quedo inmóvil, escuchando el silencio que sigue al sonido. Me armo de valor y miro por la mirilla. Nadie. Pero sé que el paquete está allí. Puedo sentirlo.
Cuando abro la puerta, mi corazón late con fuerza. Otro paquete idéntico al primero. Esta vez, sin pensarlo dos veces, lo dejo allí. Regreso adentro, cierro la puerta y me siento en el suelo, respirando con dificultad.
El teléfono vibra de nuevo. El mismo mensaje.
“Próximo envío: 48 horas. Gracias por preferir UÑAS BONITAS."
Mis pensamientos se oscurecen. La idea de que esto no se detendrá comienza a instalarse en mi mente, como un peso que me aplasta. Intento recordar cada detalle del cartel, cada cosa que hice. El QR. Mi dirección. ¿Por qué lo hice? ¿Cómo deshago esto?
En algún lugar de mi cabeza, una idea comienza a formarse. Tal vez no se trata solo de esperar. Tal vez… tal vez tenga que volver al cartel, al poste de luz. No sé qué espero encontrar allí. Una respuesta. Una solución. Algo. Lo que sea que pueda liberarme de esta pesadilla.
Pero mientras tanto, las horas siguen contando. Las uñas siguen llegando. Y la pregunta, ahora grabada a fuego en mi mente, sigue persiguiéndome:
¿Quieres uñas bonitas?