Volví a Japón, pero esta vez, no fue para ser una turista; fue para reencontrarme con una amistad que se ha convertido en una extensión de mi, en propia familia. La conozco desde 2015, cuando ambas éramos extranjeras en una tierra lejana. Desde aquel primer encuentro en una casa compartida producto de una confusión por su color de cabello, hasta nuestras pláticas más profundas, hemos compartido más que risas y lágrimas; compartimos una conexión inexplicable.