El brutal incidente de tu cuerpo desnudo chocando con el mío: transferencia de sudor.
Contacto inesperado, húmedo resbalo, repentino azote de cuerpos con vigor.
Y la sangre, y el aire, se arremolinan.
Estallan como diminutos globos, revientan como majestuosas olas de agua salada en mi nariz roja. Mi nariz que sangra.
De mí brotan miles de dagas, apuñalan suavemente hasta el fondo del aire en una exhalación fugaz.
Mi mente persigue tu figura, acelerante. Te veo correr desde todas las direcciones, en todas las dimensiones que percibo y me describo como si viniera desde una nube de gas que no roba la respiración.
Alguna vez le quise mucho.
Era un ser de magia, de sorpresas, aventuras, risas. Un ser que resolvía retos, que creaba, que pensaba con ingenio.
Alguna vez le quise mucho.
Con sus regalos compraba mi afecto, compraba el tiempo. Y yo lo aceptaba.
Alguna vez le quise mucho.
Cuando justifiqué sus groserías, cuando ignoré sus ausencias, cuando callé las respuestas que merecían sus insultos.
Ese hombre ya murió Ese hombre ya está muerto Ya está frío Déjalo en paz Deja el cadáver en paz
No va a arroparte en la noche Ni rozarte con su aliento No va a buscarte los ojos Ni a leerte en silencio Ni a volver a casa Ni a tocar tu cuerpo
Porque los muertos no hablan No te cuentan sus sueños No responden en WhatsApp No tienen voz pa’ mandar audios Ni corazón pa’ enviar respuesta Ese hombre ya está muerto Deja el cadáver ya
Jadeo. Vaho caliente. Saliva densa. Luces azules y rojas. Orbes flotantes: las más tenues, las que sólo veo de noche.
Pongo en escena la satisfacción de mi hambre por tu carne.
Perversión dulce.
De noche, en un sueño, vienes a mí a seducirme después de sedarme con el desliz húmedo del valle de mi cuerpo.
Sé, por tu visita, que en tu propia gota, con aroma a agua salada, te liberas.
Sofía tenía una pierna en su cama.
No la suya. Tampoco de carne. Era una pierna postiza, vieja, sin origen claro. La había encontrado una noche, entre los contenedores de basura, envuelta en una bolsa negra, como si alguien hubiera querido esconderla… pero no demasiado. La levantó, y sin pensarlo dos veces, se la llevó a casa.
Le puso un nombre: Carol.
No sabía por qué, pero ese nombre le pareció inevitable.
Me he puesto a buscar tu cicatriz En cada torso, Entre las 7 y las 8 De cada ombligo que desfila En la pasarela vertical.
Es inconsciente, Un recuerdo incipiente De otra vida, otro cuerpo, otro momento. Otro cielo, otro azul, Una habitación con ventanas abiertas, Estructuras abiertas, Y cabello negro y corto.
Busco esa antigua herida horizontal Que nunca dejo de cuestionar, ¿Cómo es que fue a parar A donde quiero que vayan mis besos?
Resulta ser que mi baño es un portal hacia otra dimensión. Me lo ha dicho el Oñoñó que ahora vive en casa. O al menos pasa mucho tiempo allí.
Mi baño es un baño normal, tiene todo lo que tendría un baño normal: Una ducha enclaustrada por acrílico transparente en la esquina, un lavabo lleno de productos de aseo personal, coronado por un espejo en el que me veo de los hombros hacia arriba.
El fantasma vivía en el espacio exacto que marcaban las puertas de las habitaciones de Carla y Cristian.
Lo veía ahí, rodeado de un círculo imaginario que absorbía los colores circundantes y los mezclaba hasta formar un fondo semiopaco, un azul indescriptiblemente triste. Como el color de un suéter que alguna vez vibró de vida y ahora solo es pelusa.
Me había pedido una manzana esta tarde, como todas las otras veces.
Una canción que te haga pensar en mí
Una canción que te haga pensar en mí, inevitablemente.
Que te evoque toda mi naturaleza, y deje la idea fija, obsesa, como perfume que no se va.
Quiero ser el objeto de tu adoración, la única a quien le dediques tus contemplaciones y tus solitarias consolaciones.
Quiero cantarte cosas obscenas sin que te des cuenta, y que, al hablarte de una fruta, solo pienses en comer a quien te susurra.